Las energías verdes no son la panacea

Las energías verdes mayoritarias son la eólica, la solar, la hidroeléctrica y la geotérmica. Ninguna de ellas es inocua y menos en su implantación a gran escala:

  • Los molinos de viento que generan la energía eólica, que pueden llegar a medir 200m. de altitud, tienen un impacto ambiental y paisajístico fortísimo: afectan a los hábitats de aves y animales silvestres, acaban con la vida de muchas aves por colisión, generan ruido, obligan al despliegue de redes de infraestructura de distribución en terrenos con poca intromisión humana anterior que quedan afectados de por vida, además de que la manufactura y transporte de los aerogeneradores provoca un gasto de energía y de recursos fósiles importante, como también emisiones.
  • La generación de energía hidroeléctrica modifica el entorno y la implantación de las presas tiene un impacto innegable: inundación de pueblos, desplazamiento de habitantes -en la India, 16 millones de personas-, desequilibrio de hábitats naturales -rutas de migración de peces cortadas, composición de las aguas alterada, biodiversidad reducida...-.
  • La energía geotérmica contamina las aguas superficiales y los acuíferos subterráneos con sustancias como el litio, arsénico, sulfuro de hidrógeno, mercurio, amoníaco, etc. En algunos casos, se aplican tratamientos físico-químicos de depuración, pero lo más habitual es la reinyección en el subsuelo y son frecuentes las filtraciones y los fallos de impermeabilidad de las piletas de evaporación.
  • La producción de energía solar inutiliza suelo a menudo agrícola, puede alterar el paisaje, y la manufactura (y posterior desarticulación) de las placas fotovoltaicas o de las baterías que alimentan incluye materiales altamente contaminantes y de difícil reabsorción por el medio, con una vida útil no demasiado larga y la consecuente generación de residuos.
  • A medida que surgen leyes de fomento de las energías renovables (como el Decreto que la Generalidad de Cataluña aprobó a finales de 2019 de medidas urgentes para la emergencia climática y de impulso a las energías renovables), empresas -a menudo multinacionales- sin sensibilidad ambiental que sólo buscan los incentivos que la administración ofrece y la rentabilidad creciente de algo que se va poniendo de moda, desarrollan e implementan proyectos de gran escala que rompen el equilibrio natural y social en el territorio donde se implantan.
  • Las grandes redes de infraestructuras (no sólo las torres de alta y muy alta tensión sino también los molinos de energía eólica, cableado suboceánico, canalizaciones de gas...) modifican el paisaje y afectan el ecosistema.
  • El monopolio de las grandes empresas se reproduce también con las energías verdes: no olvidemos que, de momento, las opciones que podemos contratar para nuestros hogares o espacios de trabajo pasan todas por el uso de infraestructuras de estas grandes corporaciones ya que sólo parcialmente algunas distribuidoras autoproducen energía verde a pequeña-mediana escala (como es el caso de Som Energia en el estado español).
  • El mercado de créditos de emisión es perverso y se ha demostrado ineficaz. Un organismo regulador fija el máximo de toneladas de CO2 que se pueden emitir en un año. Esta cantidad máxima genera derechos -o créditos- de emisión por cada tonelada no emitida, que quien contamina menos termina vendiendo a quien necesita créditos para poder seguir contaminando con su actividad (o pagar multa). Como hemos mencionado en el apartado sobre Gases de efecto invernadero, este mercado no es ninguna solución sino la derivación del problema de un lugar a otro.